Corría el año 1938 y, al calor del hogar, mis padres, Daniel y Antonia, aguardaban algo más que la celebración de las fiestas navideñas. A los seis hijos de los Aguilera-Martínez, albergados en aquella casa con techo de paja a dos aguas y paredes de adobe de la compañía Santa Lucía, de Itacurubí de la Cordillera, se sumaba mi llegada el 22 de diciembre.
Por entonces, Paraguay seguía estremecido a consecuencia de la Guerra del Chaco (1932-1935), la más importante contienda del siglo XX en el Cono Sur. De ciento cincuenta mil soldados movilizados, el país sufrió la baja de cuarenta mil hombres (sobreviven hoy treinta y siete excombatientes, según registros de la Dirección de Pensiones No Contributivas del Ministerio de Hacienda). Y sí, la victoria ante Bolivia permitió recuperar territorio perdido, pero a un alto precio: un país paralizado y empobrecido.