Eh-rratas en los textos escolares

Libros de textos escolares con erratas

Libros de textos escolares plagados de erratas; o mejor, de e(h!)rratas. Sí. Lamentable la situación que se da con los libros de textos escolares en Paraguay. «Gran conmemoración» que deviene, primero, en culto a la personalidad y luego —¡tamaña sorpresa!—, en el descubrimiento  de una penosa edición y corrección de los textos. ¿Por qué pasó? A mi modo de ver, por varias razones. Desde una perspectiva política: el total abandono de priorizar la enseñanza y la instrucción como únicas y principales vías para salir de la pobreza. Tener y formar ciudadanos cultos, que puedan acceder con ello a mejores oportunidades laborales y económicas, sencillamente, no está en la ecuación. «Ser cultos para ser libres», decía José Martí.

Pero mi interés es el análisis desde el punto de vista técnico-editorial. ¿Cómo pueden llegar esos libros a imprenta tan plagados de errores, si debieron elaborarlos y revisarlos —al menos— 5 (x 2) ojos con mayor o menor conocimiento editorial y de la temática educativa?

5 pasos necesarios que hubieran evitado las erratas

PRIMERO

Debió ser tarea de un Maestro (con mayúscula), un profesional con un nivel de formación y de preparación superior al resto: un pedagogo (cualquiera en Educación no hace libros); y no uno solo, sino un equipo.

SEGUNDO

Una vez listo el «nuevo original» (en el que se incluyen los aspectos metodológicos, los objetivos que deben cumplirse por unidad, la integración con la malla curricular…), debió revisarlo el metodólogo o inspector de currículum, de la asignatura o de nivel educacional. 

En fin: una persona o un equipo —nuevamente varios profesionales— que, además de saber muy bien leer y escribir y tener una excelente ortografía, aportarían al texto sugerencias metodológicas, didácticas y cognitivas más modernas (que las de hace cincuenta años). Aportes que redundarían en un libro de texto más a la altura de los tiempos y en un producto más acabado, como se merecen los niños y padres —y la sociedad—, y que posicionase el sistema educativo paraguayo en otro nivel. Solo así las semillitas del mañana crecerán como árboles robustos, bien dotados y formados.

TERCERO

Un editor debió leer todo el material, proyectarlo como libro, analizar su estructura, y tomar las decisiones con el equipo responsable (y colaboradores), respecto a la pertinencia o no de determinados vocablos, frases, actividades, niveles de destrezas, etc.

Hablamos de un editor técnico, especializado en libros de textos escolares; y no un editor de literatura, de revistas o diarios.

CUARTO

Un corrector de experiencia en el área, con conocimientos profundos y actuales de las normas de la gramática y la ortografía castellanas, tenía que hacer una corrección de estilos y ortotipográfica que enmendara alguna traviesa errata que, a estas alturas del proceso, se hubiese escapado (como es natural que suceda). Pero hubiera evitado que los libros de textos escolares con  erratas no hubiesen llegado así a su presentación.

Si el corrector no es técnico, o en ausencia de su cada vez más extinguida figura, el editor, tenía —sí o sí— que rectificar cada suma, cada resta y en definitiva, cada operación del texto. Esto no es para los chicos. Primero lo tiene que hacer el corrector, o en su defecto, repito, el editor. Porque no se puede confiar en el original (en el mejor sentido), no podemos, como editores, confiar a ciegas en lo que está escrito, en lo que nos da un autor, en los datos, en las fechas: todo hay que comprobarlo. Porque los editores y correctores no somos lectores pasivos.

QUINTO

La versión diseñada y maquetada (las planas) debieron ser revisadas «en limpio y desde cero» por el equipo de trabajo y por los responsables del Ministerio de Educación.

Desde cero por la envergadura y el impacto de una publicación tan sensible, que no admite ligerezas ni soslayos.

Más allá de los errores ortográficos y gramaticales que se aprecian en las tres o cuatro imágenes y de las que se han hecho eco los diarios, y las redes han expandido aún más, salta a la vista (al ojo entrenado) un pésimo cuidado de la edición. Esas pocas imágenes, tristemente, dejan ver una publicación que adolece de un proceso editorial más exhaustivo y más profesional. Se aprecian usos indebidos de destaques en mayúsculas y comillas («4 «Tazas de azúcar»»), errores en la escritura con números para señalar lapsos de tiempo, frases y palabras de escritura dudosa, entre muchos otros.

Una simple mirada al Prólogo bastará para ilustrar —más allá de la pobreza de lenguaje que evidencia— cuánto faltó y falta por hacer, en términos editoriales, en Paraguay.

Prólogo Mapara
Fanny Carvajal
fanny@edicionesmil.com
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