10 Sep ¿Crisis del libro o el empeño de seguir ganando más?
Crisis del libro: desde hace tiempo se viene hablando, discutiendo, sufriendo… de la crisis del sector del libro y de la crisis de las librerías. Cierto es que la pandemia no ha mejorado el escenario, sino que ha empeorado la situación de ventas e, inevitablemente, de la producción. ¿Qué está pasando? Depende desde dónde se analice.
El libro tradicional puede estar en crisis por muchas razones, por ejemplo:
1. Los jóvenes son más propensos al video y lo multimedial que a las líneas de texto fijas.
2. Por vender más y seguro se ha masificado y priorizado un tipo de libro-segmento-lector en las librerías.
3. Aparecen nuevos canales de creación, venta y consumo del producto libro que hace tambalear el sistema tradicional y los circuitos tradicionales del libro y la lectura.
La crisis es global. Afecta a todos los países. A aquellos con más tradición de lectura (con grandes índices de alfabetización), a esos que llamamos «grandes plazas culturales», pero también a los países de menores índices de lectura con población semianalfabeta o de grandes índices de analfabetos funcionales. Entonces, las causas no son siempre las mismas, aunque sí el resultado.
Según el excelente —e inquietante— artículo de Valentín Pérez Venzalá ¿Y si para salvar al libro tuviéramos que acabar con las librerías?, 50% del valor del libro cubre los gastos (y ganancias) de la distribución y la venta de libros. También hay cifras, según Mariana Eguaras, de 60%. Los otros porcentajes aproximadamente: 10% al autor y 30% al editor/imprenta. Y la pregunta mía va dirigida a este punto: ¿qué valor añadido aportan hoy día las librerías, verdaderamente?
El papel (o el pastel) de las librerías
Me encantan las librerías, la de los países donde cumplen esa función de asesorarte e indicarte. Pero en otros (como Paraguay), donde muchas veces un vendedor no te sabe explicar ni de qué va el libro ni cuál otro tiene el mismo autor ni cuál es similar en tema, entonces no es ese espacio idílico y cultural que nos quieren vender, o no cumple esa función por la que tanto se lamentan países como España. En verdad compro libros en Amazon para mi Kindle, y compro libros en librerías físicas tradicionales. Pero me informo más sobre el libro en los comentarios de Amazon, por los otros lectores-consumidores que opinaron sobre ese título, o directamente con el autor, que con el vendedor en este tipo de librerías tradicionales, donde hace mucho tiempo no hay un librero (de esos de la nostalgia).
Tampoco es justo dejar de editar lo que vale por editar lo que se vende, pero funciona como regla del mercado. ¿Entonces? ¿Para quién se produce el libro? ¿para el lector? juguemos también con sus reglas. Como editores: adaptémonos a las nuevas plataformas, adaptémonos a los «nuevos» productos libros (libro digital, libro interactivo, libro multimedia, audiolibro…).
Y las librerías tendrán que adaptarse a perder parte de ese 50 o 60% del pastel, o les pasará como a los cines, o como le pasó al teatro cuando aparecieron los cines. No desaparecieron, pero tienen un tipo de público más reducido, más especializado (o menos especializado tal vez, en el caso de algunas librerías)… y con unos márgenes más flacos tal vez (y por supuesto) que los de Netflix.
La crisis del libro (o del libro tradicional, para ser más exactos, o del circuito tradicional de comercialización del libro impreso) afecta a las librerías pero también a los editores y autores. No nos aferremos más —o por siempre— al libro tradicional y a la manera tradicional de creación y de ventas. Innovamos o perecemos. Así de simple, porque jugamos (como los tomates del supermercado) con las reglas del mercado. Cualquier añoranza y romanticismo por la tradicional manera (en crisis para ciertos tipos de libros), nos hará perder el rumbo, o no encontrarlo.
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